martes, 5 de abril de 2016



EL PANTEÓN DE HOMBRES ILUSTRES

Muchos países europeos muestran consideración a sus políticos, pensadores, escritores o artistas ilustres incluso después de muertos. Por ejemplo, basta darse un garbeo por la badía de Westminster para poder ver los sepulcros de cantidad de reyes de Inglaterra, Escocia,e  Irlanda. Incluso en el llamado Poets' Corner reposan los restos de los principales dramaturgos como Charles Dickens o Rudyard Kipling; así como científicos (como Isaac Newton), pintores, militares o actores de la talla de Laurence Olivier.
El país vecino, Francia, también honra a sus prestigiosos  difuntos en los cuatro importantes cementerios que hay en París, aunque tal vez el Pére-Lachaise es el más antiguo y conocido y, por tanto, el más visitado del mundo (con más de dos millones de visitantes al año). De entre sus 70.000 tumbas destacan las de Cyrano de Bergerac, Moliére, Proust, Balzac, Oscar Wilde, Chopin, María Callas o el que más admiradores congrega: Jim Morrison.
 ¿Y aquí en España? ¿Hay algún lugar en el que visitar a nuestros egregios muertos? Pues sí, aunque, tal vez, resulte un tanto decepcionante, ya que tan sólo  nueve monumentos funerarios son los que alberga el conocido como Panteón de Hombres Ilustres (http://www.patrimonionacional.es/real-sitio/monasterios/6259). Y todos políticos: Sagasta, Eduardo Dato, Antonio de los Ríos y Rosas, Cánovas del Castillo, Manuel Gutiérrez de La Concha, Canalejas y los cinco que yacen en el monumento central del jardín (Muñoz Torrero, Argüelles, Calatrava, Álvarez Mendizabal, Martínez de la Rosa y Olózaga). Eso sí, aunque sepa a poco, hay que reconocer que el sitio es precioso, está muy bien conservado y supone un auténtico remanso de paz en el centro de la ciudad (está a unos pasos de la bulliciosa estación de Atocha).
Lo cierto es que hubo un primer panteón que se inauguró en 1869 en la iglesia de San Francisco el Grande en un acto con gran pompa. Se enterraron entonces los cuerpos de Garcilaso de la Vega, Quevedo, Calderón de la Barca o el arquitecto Juan de Villanueva (autor del Museo del Prado, el Real Observatorio o la reconstrucción de la Plaza Mayor). La idea era trasladar allí también a Lope de Vega, Cervantes, Goya o El Cid, pero los lugares en los que se hallaban ya sepultados no lo permitieron. Total, que se decidió retornar los cuerpos ya enterrados en San Francisco el Grande y dejarlos donde estaban al principio. Algo muy español, vamos: marear incluso a los difuntos.
Finalmente, en 1888 se retoma el proyecto, pero ésta vez, se decreta que el nuevo túmulo se haga junto a la Basílica de Nuestra Señora de Atocha.  Las obras culminan en 1901 y se llevan allí los restos de los políticos antes citados y algunos más (como los de Prim, Castaños y Palafox), aunque estos últimos se acaban trasladando a Bailén, Reus y Zaragoza respectivamente.
Con todo, aunque pueda resultar un tanto decepcionante ver tan pocas tumbas, sí vale la pena visitar este monumento que, además, puede verse gratis (para entrar en Westminster hay que pagar 20 libras, casi 25 euros. Un pastón, vámos). No hay que olvidar que una parte de la historia de nuestro país reposa allí.



Entrada a este edificio de estilo neobizantino inspirado en el camposanto de la Plaza del Duomo de Pisa.

Construido entre 1892 y 1899, obra del arquitecto Fernando Arbós y Trementi.


Aquí yace el político liberal Práxedes Mateo Sagasta, muerto en 1903.


Eduardo Dato fue asesinado en 1921 en un atentado en el que recibió 20 disparos.

Mausoleo dedicado a Antonio Cánovas del Castillo, dirigente del Partido Conservador. Murió asesinado en 1897.



José Canalejas fue presidente del gobierno en 1912. Fue asesinado cuando miraba el escaparate de una librería junto a la Puerta del Sol.


Patio interior del Panteón y a la derecha el Mausoleo conjunto.

Al Mausoleo conjunto se le denomina también Monumento a la Libertad. De hecho, en la parte de arriba aparece una réplica de la Estatua de la Libertad.

Entre los años 30 y 80 del siglo XX, el Panteón estuvo abandonado, hasta que Patrimonio Nacional decide restaurarlo.

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